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domingo, 23 de febrero de 2014

LA LÍRICA EN EL BARROCO :GÓNGORA, QUEVEDO Y LOPE DE VEGA


 


La lírica renacentista creó, a partir de Garcilaso de la Vega, unos moldes líricos de gran belleza y extraordinaria difusión. Los metros italianos- el endecasílabo- y las estrofas- soneto, lira, estancia, octava real, silva…- se  adaptaron perfectamente a nuestra lengua. Y los modos clásicos- la oda, la epístola, la égloga…- dieron frutos de gran valor. Los tópicos amorosos petrarquistas fueron repetidos hasta la saciedad; la mitología, el carpe diem, el locus amoenus y tantos otros lugares comunes fueron usados por cualquiera que creyera tener “sus puntas y collar” de poeta.

Pero el siglo XVII nos plantea un mundo nuevo. O mejor dicho, un mundo envejecido y desengañado, un mundo en el que todo suena a visto, que necesita formas nuevas, y se burla de los tópicos y renueva y retuerce el lenguaje de forma desconcertante: es el barroco.

 Quizá nunca la lengua castellana ha sido   enriquecida como lo fue por los poetas barrocos, sin olvidar a los que escribieron en la América española, como Sor Juana Inés de la Cruz.

Se suele hablar de dos corrientes fundamentales: la conceptista y la culterana, cuyas cabezas serían Quevedo y Góngora respectivamente. Lope de Vega será despreciado por Góngora por no entrar en este juego .Ironizando  con su apellido dirá que su poesía  es siempre vega, y como vega, llana. A su vez Lope se burlará del intrincado lenguaje gongorino: no hay donde nocturnar palestra armada. / No entiendo lo que dice la criada…

Cualquiera de estos tres autores  supone una cumbre creativa genial, cuanto más los tres coincidentes en el tiempo. Añadamos a esto que en Lope de Vega la poesía es sólo una pequeña parte de  su inmensa obra, constituida en su mayor parte por obras de teatro y alguna extraña novela dialogada como “La Dorotea” o las “Novelas a Marcia Leonarda”.Y que en el caso de Francisco de Quevedo su obra como prosista es de una extraordinaria  importancia, tanto en la novela (El Buscón ) como en su prosa moral (Los Sueños y tantos más).

Sin embargo, no quiero dejar de citar a algunos otros poetas contemporáneos, algo oscurecidos por la importancia de los tres ante citados. Entre ellos, los hermanos Bartolomé y Lupercio  Argensola, aragoneses de Barbastro, que escribieron juntos una interesante poesía de carácter moral. ¿Quién no recuerda el último terceto del famoso soneto acerca de las apariencias femeninas?

Pues ese cielo azul que todos vemos

Ni es cielo, ni es azul, ¡lástima grande

Que no sea verdad tanta belleza!

En Andalucía hubo una interesante “escuela barroca”, de la que podemos destacar a Rodrigo Caro, cuya fama deriva de su famosa “Canción a las ruinas de Itálica”, la ciudad romana cercana a Sevilla:

Estos, Fabio, ¡ay dolor! Que ves ahora

Campos de soledad, mustio collado

Fueron un tiempo Itálica famosa…

Con la consiguiente reflexión moral acerca de la brevedad de la vida y de la gloria.,

También andaluz fue Andrés Fernández de Andrada, erudito sevillano, del que se recuerda sobre todo su Epístola moral a Fabio:

Fabio, las esperanzas cortesanas

Prisiones son do el ambicioso muere

Y donde al más astuto nacen canas.

Y el que no las limare y las rompiere

Ni el nombre de varón ha merecido

Ni subir al honor que pretendiere…

Pero es ya tiempo de fijarnos en los tres grandes liricos barrocos. Me referiré en primer lugar al cordobés Don Luis de Góngora y Argote, hombre de vastísima cultura, genio irascible y gran ambición. Fue hombre de Iglesia, y en representación de la Catedral Cordobesa acudió a numerosos pleitos. Acabó viviendo y muriendo en Madrid. Tuvo defensores acérrimos y enemigos implacables. Velázquez nos dejó de él un retrato, reflejo de su dura personalidad. Quevedo caricaturizó su nariz  aguileña (Érase un hombre a una nariz pegado)…y aún cosas más terribles dijo de él, incluso a su muerte, que suele acabar con los pleitos:

Fuese con Satanás, culto y pelado

¡Mirad si Satanás es desgraciado!

Góngora representa la cumbre del culteranismo barroco, es decir, de la complicación formal que trata de “eludir el nombre cotidiano de las cosas”, llevando al lenguaje a una tensión casi insoportable, con una retórica eminentemente sensorial y acústica, llena de recursos fónicos (aliteración, paranomasia), morfosintácticos (hipérbaton, hipérbole, paralelismos, zeugmas…) y semánticos (dilogías, antítesis, metáforas, etc., etc.). Todo ello entremezclado con los tópicos renacentistas, la mitología y la alusión a elementos de sofisticación y elitismo: mármoles, jaspes, marfiles, púrpuras, terciopelos, joyas, etc., etc. Toda esta belleza y complejidad está puesta al servicio de unos pocos temas literarios: el amor, la soledad, la belleza…

Sin embargo no podemos olvidar que junto al llamado “príncipe de las tinieblas” que concibe la poesía como un reto a la inteligencia y a la cultura del lector, coexiste un “príncipe de la luz”, el autor de romances populares como el infantil :”Hermana Marica/mañana que es fiesta,/ no irás tú a la amiga/ ni iré yo a la escuela…”; romances moriscos “Amarrado al duro banco/ de una galera turquesca…”; de villancicos populares “¡Que se nos va la fiesta , mozas/ que se nos va la fiesta!” y religiosos :”Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno/¡Qué orgulloso que está el heno/ porque ha caído sobre él!”.

También es autor Góngora de poemas burlescos y satíricos dirigidos a los blancos habituales de la época: viejos, alcahuetas, prostitutas, médicos…Así como de diatribas contra el Amor:

¡Déjame en paz, Amor tirano

Déjame en paz!

Sin embargo, su fama imperecedera, la que  le hizo ser rechazado en el siglo XVIII y ser imitado por la Generación del 27 está constituida por sus dos poemas mayores, cumbres de la lírica barroca. Se trata de la Fábula de Polifemo y Galatea  y las inconclusas Soledades.

En la Fábula sigue el esquema argumental de las Metamorfosis de Ovidio. Polifemo, el gigante pastor de la isla de Sicilia, está enamorado de la ninfa Galatea, hija de Doris, diosa del mar. El cíclope le ofrece cuanto tiene, pues es rico en posesiones. Pero la ninfa huye de su horrible presencia. En su huida ve al joven Acis dormido junto a la fuente y se enamora de él. Es correspondida, y con su amado recorre la isla sorda a los gritos de Polifemo. Descubiertos por el gigante, huyen los amantes hacia el mar, pero el cíclope les alcanza con una enorme roca que los aplasta. De la roca surge un riachuelo que desemboca en la playa.

Esta conocida historia mitológica se convierte en manos de Góngora en un prodigio de sensorialidad e intelectualidad. Compuesta por 40 octavas reales, desde el principio advertimos la extrema dificultad:

Donde espumoso el mar sicilïano

El pie argenta de plata al Lilibeo

Bóveda de las fraguas de Vulcano

O tumba de los huesos de Tifeo,

Pálidas señas cenizoso un llano

Cuando no del sacrílego deseo

Del duro oficio da. Allí una alta roca

Mordaza es a una gruta de su boca.

El extraordinario trabajo de Dámaso Alonso es la llave que nos permite acceder a la interpretación correcta del poema en toda su extensión y detalles. Nos está hablando de la isla de Sicilia, del volcán Etna, chimenea de las fraguas del dios del fuego, o quizás posible acceso a la tumba del terrible gigante Tifeo, castigado por querer igualarse a los dioses. Allí, en un llano cubierto de cenizas, se encuentra la cueva de Polifemo.

A continuación nos describe la brutalidad del gigante, la extremada delicadeza de la ninfa

Igual en pompa al pájaro que grave,

Tan dulce muere y en las aguas mora…

La ardorosa pasión del cíclope, el brusco enamoramiento de los jóvenes, la huida y la muerte seguida de la metamorfosis, debajo de la piedra que

 Urna es mucha, pirámide no poca.

Todo el poema es un homenaje a la belleza, casi fuera de este mundo. Es el arte por el arte.

Algo similar podemos decir de Las Soledades. El argumento es mínimo: un hombre joven de nombre desconocido es arrojado a la playa por la tempestad. No sabemos  de dónde viene ni adónde va. Allí unos pescadores le acogen y le llevan consigo a participar de una fiesta de bodas campesina. Después ve una partida de caza en la que unos altos señores cazan con neblíes y azores. El poema queda inconcluso. Parece que iba a recorrer las edades del hombre –juventud, madurez…-.Es difícil saberlo. El poema carece de medida y rima. Pero su belleza esplendorosa y su oscuridad incita a los sentidos y reta a la inteligencia.

Era del año la estación gloriosa,

En que el mentido robador de Europa

Media luna los arcos de su frente

Y al sol todos los rayos de su pelo…

Es decir: era el inicio de la primavera, cuando el sol pasa de Tauro al solsticio de primavera…

Pasemos ahora a hablar brevemente te Quevedo como poeta. Don Francisco de Quevedo y Villegas, nacido en Madrid de familia hidalga; político, escritor, cojo y espadachín, miope y la mejor pluma de España. Crítico, misógino y amante, secretario del Virrey de Nápoles, curtido en las intrigas cortesanas, por lo que pagó el alto precio de su salud en su encerramiento en San Marcos de León, de donde salió enfermo y sin haber sido juzgado. Toda su vida la pasó,  litigando para conseguir los tributos de la Torre de Juan Abad, su señorío, desde donde escribió aquél maravilloso soneto que le retrata entero:

Retirado en la paz de estos desiertos

Con tantos y tan doctos libros juntos

Vivo en conversación con los difuntos

Y escucho con mis ojos a los muertos.

Se dice que el motivo que le llevó a la prisión fue la represalia real por el poema anónimo que el Rey encontró en su mesa y que sólo a él podía atribuírsele:

No he de callar, por más que con la mano

Tocando ora la boca, ora la frente,

Silencio avises o amenaces miedo…

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de pensar lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Así fue Quevedo, un espíritu crítico, libre, valiente, y el máximo representante del conceptismo; lo suyo son las figuras de pensamiento, las dilogías, las polisemias, los juegos de palabras, las metáforas inauditas, osadas comparaciones, sinécdoques y metonimias, zeugmas y calambures. Lo suyo es jugar con el concepto, retorcer el idioma, obligar a los más audaces juegos conceptuales, siempre al servicio de su pensamiento moralista y mordaz.

Vivió como nadie la pasión política, y también la decepción, la sensación de decadencia de la patria: Miré los muros de la patria mía/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía.

Pero sus mejores logros se encuentran en su poesía moral, centrada en la idea del paso del tiempo, del vivir muriendo, del sinsentido de la pasión ante la certeza de la muerte.

Soy un fue, y un será, y un es cansado…

Nos hablará de “las horas que mordiendo van mis días”, que “cavan en mi vivir mi monumento,” y que le hacen exclamar con desesperación:

¡Ah de la vida! Nadie me responde…

Toda la poesía moral de Quevedo está  impregnada de estoicismo cristiano (que le impide llegar a la total desesperación) y desengaño.

Resulta por eso impresionante encontrar en Quevedo poemas amorosos de una fuerza extraordinaria. Sin duda tuvo que saber mucho de pasión  el poeta capaz de escribir el más impresionante soneto amoroso de nuestra literatura:

Cerrar podrá mis ojos la postrera

Sombra que me llevare el blanco día…

Y que culmina con esas palabras eternas:

Polvo serán, más polvo enamorado…

No se puede decir más con menos. Conceptismo puro y emoción.

No podemos tampoco olvidar la poesía satírica de Quevedo, llena de fuerza, mordaz ironía y libertad de expresión que no evita lo escatológico. Podemos recordar sus desmitificadores poemas mitológicos, así como sus irónicas letrillas: Poderoso caballero / es Don Dinero, Bien puede ser/ no puede ser, etc. etc.

Dedicaremos finalmente unas líneas  a Félix Lope de Vega y Carpio, poeta y dramaturgo, escritor prolífico y de éxito, hombre inteligente y mujeriego, sincero en su arrepentimiento y en sus caídas, prodigioso trabajador del verso. Todas sus obras teatrales y sus novelas están salpicadas de pequeños o grandes poemas, con frecuencia de resonancia popular. Es oportuno recordar aquí que su drama “El caballero de Olmedo” tiene su origen en un cantarcillo de la época que reflejaba un suceso real y que el poeta supo recrear:

Que de noche le mataron / al caballero/ la gala de Medina/ la flor de Olmedo.

En su juventud especialmente escribió numerosos romances, en los que con ropaje morisco o popular nos cuenta sus amores:

Mira Zaide que te aviso/ que no pases por mi calle/ ni hables con mis mujeres/ ni con mis criados trates…

Hortelano era Belardo/ en las huertas de Valencia…

De pechos sobre una torre/ que las mar combate y cerca…

El amor es su tema favorito;”esto es amor, quien lo probó lo sabe”, de sus Rimas humanas. A veces no falta el humor “Eres hircana tigre, hermosa Juana/mas ¡ay! que aun para tigre no era buena/ pues siendo de Madrid no fuera hircana”.

Destaca la serie de sonetos dedicados a Elena bajo la forma de un ternerillo:

Suelta mi manso, mayoral extraño

Hermoso manso mío, que viniste…

Pulsó Lope también la tecla sincera y emocionada del amor divino, especialmente del arrepentimiento:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

Y la de la verdadera fe y piedad en sus últimos tiempos, cuando se ordenó sacerdote con la probablemente sincera intención de cambiar de vida:

Cuando en mis manos, Rey Eterno, os miro

Y la cándida víctima levanto,

De mi atrevida indignidad me espanto

Y la piedad de vuestro pecho admiro…

Diré para terminar que el amor paternal de Lope de Vega dio origen a su sentido recuerdo poético a su pequeño Carlos Félix, muerto en la niñez, recordado como un niño encantador

¡Ah, con qué divinos pájaros ahora

Carlos, jugáis…!”

Y sus extraordinarios “Pastores de Belén” lleno de la emoción de la Navidad.

En fin, Lope de Vega poeta, con su difícil facilidad, su versatilidad y excelencia, siempre en la plenitud de sus recursos y registros.

No en vano se llama a este siglo uno de los de Oro de la literatura española.

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