La lírica renacentista creó, a
partir de Garcilaso de la Vega, unos moldes líricos de gran belleza y
extraordinaria difusión. Los metros italianos- el endecasílabo- y las estrofas-
soneto, lira, estancia, octava real, silva…- se
adaptaron perfectamente a nuestra lengua. Y los modos clásicos- la oda,
la epístola, la égloga…- dieron frutos de gran valor. Los tópicos amorosos
petrarquistas fueron repetidos hasta la saciedad; la mitología, el carpe diem,
el locus amoenus y tantos otros lugares comunes fueron usados por cualquiera
que creyera tener “sus puntas y collar” de poeta.
Pero el siglo XVII nos plantea un
mundo nuevo. O mejor dicho, un mundo envejecido y desengañado, un mundo en el
que todo suena a visto, que necesita formas nuevas, y se burla de los tópicos y
renueva y retuerce el lenguaje de forma desconcertante: es el barroco.
Quizá nunca la lengua castellana ha sido enriquecida como lo fue por los poetas
barrocos, sin olvidar a los que escribieron en la América española, como Sor
Juana Inés de la Cruz.
Se suele hablar de dos corrientes
fundamentales: la conceptista y la culterana, cuyas cabezas serían Quevedo y
Góngora respectivamente. Lope de Vega será despreciado por Góngora por no
entrar en este juego .Ironizando con su
apellido dirá que su poesía es siempre vega, y como vega, llana. A
su vez Lope se burlará del intrincado lenguaje gongorino: no hay donde nocturnar palestra armada. / No entiendo lo que dice la
criada…
Cualquiera de estos tres autores supone una cumbre creativa genial, cuanto más
los tres coincidentes en el tiempo. Añadamos a esto que en Lope de Vega la
poesía es sólo una pequeña parte de su
inmensa obra, constituida en su mayor parte por obras de teatro y alguna
extraña novela dialogada como “La Dorotea” o las “Novelas a Marcia Leonarda”.Y
que en el caso de Francisco de Quevedo su obra como prosista es de una
extraordinaria importancia, tanto en la
novela (El Buscón ) como en su prosa moral (Los Sueños y tantos más).
Sin embargo, no quiero dejar de
citar a algunos otros poetas contemporáneos, algo oscurecidos por la
importancia de los tres ante citados. Entre ellos, los hermanos Bartolomé y
Lupercio Argensola, aragoneses de
Barbastro, que escribieron juntos una interesante poesía de carácter moral.
¿Quién no recuerda el último terceto del famoso soneto acerca de las
apariencias femeninas?
Pues ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo, ni es azul, ¡lástima grande
Que no sea verdad tanta belleza!
En Andalucía hubo una interesante
“escuela barroca”, de la que podemos destacar a Rodrigo Caro, cuya fama deriva
de su famosa “Canción a las ruinas de Itálica”, la ciudad romana cercana a
Sevilla:
Estos, Fabio, ¡ay dolor! Que ves ahora
Campos de soledad, mustio collado
Fueron un tiempo Itálica famosa…
Con la consiguiente reflexión
moral acerca de la brevedad de la vida y de la gloria.,
También andaluz fue Andrés Fernández
de Andrada, erudito sevillano, del que se recuerda sobre todo su Epístola moral
a Fabio:
Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.
Y el que no las limare y las rompiere
Ni el nombre de varón ha merecido
Ni subir al honor que pretendiere…
Pero es ya tiempo de fijarnos en
los tres grandes liricos barrocos. Me referiré en primer lugar al cordobés
Don Luis de Góngora y Argote, hombre de vastísima cultura, genio irascible
y gran ambición. Fue hombre de Iglesia, y en representación de la Catedral
Cordobesa acudió a numerosos pleitos. Acabó viviendo y muriendo en Madrid. Tuvo
defensores acérrimos y enemigos implacables. Velázquez nos dejó de él un
retrato, reflejo de su dura personalidad. Quevedo caricaturizó su nariz aguileña (Érase
un hombre a una nariz pegado)…y aún cosas más terribles dijo de él, incluso
a su muerte, que suele acabar con los pleitos:
Fuese con Satanás, culto y pelado
¡Mirad si Satanás es desgraciado!
Góngora representa la cumbre del
culteranismo barroco, es decir, de la complicación formal que trata de “eludir
el nombre cotidiano de las cosas”, llevando al lenguaje a una tensión casi
insoportable, con una retórica eminentemente sensorial y acústica, llena de
recursos fónicos (aliteración, paranomasia), morfosintácticos (hipérbaton,
hipérbole, paralelismos, zeugmas…) y semánticos (dilogías, antítesis,
metáforas, etc., etc.). Todo ello entremezclado con los tópicos renacentistas,
la mitología y la alusión a elementos de sofisticación y elitismo: mármoles,
jaspes, marfiles, púrpuras, terciopelos, joyas, etc., etc. Toda esta belleza y
complejidad está puesta al servicio de unos pocos temas literarios: el amor, la
soledad, la belleza…
Sin embargo no podemos olvidar
que junto al llamado “príncipe de las tinieblas” que concibe la poesía como un
reto a la inteligencia y a la cultura del lector, coexiste un “príncipe de la
luz”, el autor de romances populares como el infantil :”Hermana Marica/mañana que es fiesta,/ no irás tú a la amiga/ ni iré yo a la escuela…”; romances moriscos “Amarrado al duro banco/ de una galera turquesca…”; de villancicos
populares “¡Que se nos va la fiesta ,
mozas/ que se nos va la fiesta!”
y religiosos :”Caído se le ha un clavel/
hoy a la Aurora del seno/¡Qué orgulloso que está el heno/ porque ha caído sobre
él!”.
También es autor Góngora de
poemas burlescos y satíricos dirigidos a los blancos habituales de la época:
viejos, alcahuetas, prostitutas, médicos…Así como de diatribas contra el Amor:
¡Déjame en paz, Amor tirano
Déjame en paz!
Sin embargo, su fama
imperecedera, la que le hizo ser
rechazado en el siglo XVIII y ser imitado por la Generación del 27 está
constituida por sus dos poemas mayores, cumbres de la lírica barroca. Se trata
de la Fábula de Polifemo y Galatea y las inconclusas Soledades.
En la Fábula sigue el esquema
argumental de las Metamorfosis de Ovidio. Polifemo, el gigante pastor de la
isla de Sicilia, está enamorado de la ninfa Galatea, hija de Doris, diosa del
mar. El cíclope le ofrece cuanto tiene, pues es rico en posesiones. Pero la
ninfa huye de su horrible presencia. En su huida ve al joven Acis dormido junto
a la fuente y se enamora de él. Es correspondida, y con su amado recorre la
isla sorda a los gritos de Polifemo. Descubiertos por el gigante, huyen los
amantes hacia el mar, pero el cíclope les alcanza con una enorme roca que los
aplasta. De la roca surge un riachuelo que desemboca en la playa.
Esta conocida historia mitológica
se convierte en manos de Góngora en un prodigio de sensorialidad e
intelectualidad. Compuesta por 40 octavas reales, desde el principio advertimos
la extrema dificultad:
Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo
Bóveda de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano
Cuando no del sacrílego deseo
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
El extraordinario trabajo de
Dámaso Alonso es la llave que nos permite acceder a la interpretación correcta
del poema en toda su extensión y detalles. Nos está hablando de la isla de
Sicilia, del volcán Etna, chimenea de las fraguas del dios del fuego, o quizás
posible acceso a la tumba del terrible gigante Tifeo, castigado por querer
igualarse a los dioses. Allí, en un llano cubierto de cenizas, se encuentra la
cueva de Polifemo.
A continuación nos describe la
brutalidad del gigante, la extremada delicadeza de la ninfa
Igual en pompa al pájaro que grave,
Tan dulce muere y en las aguas mora…
La ardorosa pasión del cíclope,
el brusco enamoramiento de los jóvenes, la huida y la muerte seguida de la
metamorfosis, debajo de la piedra que
Urna
es mucha, pirámide no poca.
Todo el poema es un homenaje a la
belleza, casi fuera de este mundo. Es el arte por el arte.
Algo similar podemos decir de Las
Soledades. El argumento es mínimo: un hombre joven de nombre desconocido es
arrojado a la playa por la tempestad. No sabemos de dónde viene ni adónde va. Allí unos
pescadores le acogen y le llevan consigo a participar de una fiesta de bodas
campesina. Después ve una partida de caza en la que unos altos señores cazan
con neblíes y azores. El poema queda inconcluso. Parece que iba a recorrer las
edades del hombre –juventud, madurez…-.Es difícil saberlo. El poema carece de
medida y rima. Pero su belleza esplendorosa y su oscuridad incita a los
sentidos y reta a la inteligencia.
Era del año la estación gloriosa,
En que el mentido robador de Europa
Media luna los arcos de su frente
Y al sol todos los rayos de su pelo…
Es decir: era el inicio de la
primavera, cuando el sol pasa de Tauro al solsticio de primavera…
Pasemos ahora a hablar brevemente
te Quevedo como poeta. Don Francisco de Quevedo y Villegas,
nacido en Madrid de familia hidalga; político, escritor, cojo y espadachín,
miope y la mejor pluma de España. Crítico, misógino y amante, secretario del
Virrey de Nápoles, curtido en las intrigas cortesanas, por lo que pagó el alto
precio de su salud en su encerramiento en San Marcos de León, de donde salió
enfermo y sin haber sido juzgado. Toda su vida la pasó, litigando para conseguir los tributos de la
Torre de Juan Abad, su señorío, desde donde escribió aquél maravilloso soneto
que le retrata entero:
Retirado en la paz de estos desiertos
Con tantos y tan doctos libros juntos
Vivo en conversación con los difuntos
Y escucho con mis ojos a los muertos.
Se dice que el motivo que le
llevó a la prisión fue la represalia real por el poema anónimo que el Rey
encontró en su mesa y que sólo a él podía atribuírsele:
No he de callar, por más que con la mano
Tocando ora la boca, ora la frente,
Silencio avises o amenaces miedo…
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de pensar lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Así fue Quevedo, un espíritu
crítico, libre, valiente, y el máximo representante del conceptismo; lo suyo
son las figuras de pensamiento, las dilogías, las polisemias, los juegos de
palabras, las metáforas inauditas, osadas comparaciones, sinécdoques y
metonimias, zeugmas y calambures. Lo suyo es jugar con el concepto, retorcer el
idioma, obligar a los más audaces juegos conceptuales, siempre al servicio de
su pensamiento moralista y mordaz.
Vivió como nadie la pasión
política, y también la decepción, la sensación de decadencia de la patria: Miré los muros de la patria mía/ si un
tiempo fuertes, ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien
caduca ya su valentía.
Pero sus mejores logros se
encuentran en su poesía moral, centrada en la idea del paso del tiempo, del
vivir muriendo, del sinsentido de la pasión ante la certeza de la muerte.
Soy un fue, y un será, y un es cansado…
Nos hablará de “las horas que mordiendo van mis días”, que
“cavan en mi vivir mi monumento,” y que le hacen exclamar con desesperación:
¡Ah de la vida! Nadie me responde…
Toda la poesía moral de Quevedo
está impregnada de estoicismo cristiano
(que le impide llegar a la total desesperación) y desengaño.
Resulta por eso impresionante
encontrar en Quevedo poemas amorosos de una fuerza extraordinaria. Sin duda
tuvo que saber mucho de pasión el poeta
capaz de escribir el más impresionante soneto amoroso de nuestra literatura:
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día…
Y que culmina con esas palabras
eternas:
Polvo serán, más polvo enamorado…
No se puede
decir más con menos. Conceptismo puro y emoción.
No podemos
tampoco olvidar la poesía satírica de Quevedo, llena de fuerza, mordaz ironía y
libertad de expresión que no evita lo escatológico. Podemos recordar sus
desmitificadores poemas mitológicos, así como sus irónicas letrillas: Poderoso caballero / es Don Dinero, Bien puede ser/
no puede ser, etc. etc.
Dedicaremos
finalmente unas líneas a Félix Lope de
Vega y Carpio, poeta y dramaturgo, escritor prolífico y de éxito, hombre
inteligente y mujeriego, sincero en su arrepentimiento y en sus caídas,
prodigioso trabajador del verso. Todas sus obras teatrales y sus novelas están
salpicadas de pequeños o grandes poemas, con frecuencia de resonancia popular.
Es oportuno recordar aquí que su drama “El caballero de Olmedo” tiene su origen
en un cantarcillo de la época que reflejaba un suceso real y que el poeta supo
recrear:
Que de noche le mataron / al caballero/ la
gala de Medina/ la flor de Olmedo.
En su juventud
especialmente escribió numerosos romances, en los que con ropaje morisco o
popular nos cuenta sus amores:
Mira Zaide que te aviso/ que no pases por mi
calle/ ni hables con mis mujeres/ ni con mis criados trates…
Hortelano era Belardo/ en las huertas de
Valencia…
De pechos sobre una torre/ que las mar
combate y cerca…
El amor es su
tema favorito;”esto es amor, quien lo
probó lo sabe”, de sus Rimas humanas. A veces no falta el humor “Eres hircana tigre, hermosa Juana/mas ¡ay!
que aun para tigre no era buena/ pues siendo de Madrid no fuera hircana”.
Destaca la
serie de sonetos dedicados a Elena bajo la forma de un ternerillo:
Suelta mi manso, mayoral extraño
Hermoso manso mío, que viniste…
Pulsó Lope
también la tecla sincera y emocionada del amor divino, especialmente del arrepentimiento:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
Y la de la
verdadera fe y piedad en sus últimos tiempos, cuando se ordenó sacerdote con la
probablemente sincera intención de cambiar de vida:
Cuando en mis manos, Rey Eterno, os miro
Y la cándida víctima levanto,
De mi atrevida indignidad me espanto
Y la piedad de vuestro pecho admiro…
Diré
para terminar que el amor paternal de Lope de Vega dio origen a su sentido
recuerdo poético a su pequeño Carlos Félix, muerto en la niñez, recordado como
un niño encantador
¡Ah, con qué divinos pájaros ahora
Carlos, jugáis…!”
Y
sus extraordinarios “Pastores de Belén” lleno de la emoción de la Navidad.
En
fin, Lope de Vega poeta, con su difícil facilidad, su versatilidad y
excelencia, siempre en la plenitud de sus recursos y registros.
No
en vano se llama a este siglo uno de los de Oro de la literatura española.
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