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domingo, 16 de febrero de 2014

EL QUIJOTE DE MIGUEL DE CERVANTES


 

 
 Dicen que las grandes obras de arte se caracterizan por permitir múltiples modos de acceso, y presentar diversos niveles de significación. Quizá sea esta la razón  de que no haya una forma “canónica” de abordar la obra maestra de la literatura española, el Quijote. Esto que puede parecer una dificultad, constituye, sin embargo un aliciente, ya que da la posibilidad de un intento de acercamiento personal, uno entre tantos posibles.

   Empezaremos, pues, por acercarnos a su autor, Miguel de Cervantes. Sabemos que “El Quijote” es obra de su madurez, cercana ya la vejez. Antes había dedicado sus esfuerzos a tareas menos intelectuales, como soldado y funcionario .Nacido en 1547 en Alcalá de Henares, estudió en Madrid con López de Hoyos, y marchó muy joven a Italia donde descubrió las maravillas del Renacimiento. Enrolado en la escuadra española luchó en Lepanto, donde le produjeron heridas graves en un brazo.

 Fue hecho prisionero por piratas turcos cuando regresaba a España, y pasó 5 terribles años en Argel, de donde fue rescatado por los frailes Trinitarios. Una vez en Madrid, se casó con una joven de Esquivias, Catalina de Salazar. Intentó abrirse camino en el teatro, pero no tuvo éxito. Había publicado una novela pastoril, La Galatea. Comenzó a viajar por la Mancha y Andalucía comisionado para aprovisionar a la irónicamente llamada Armada invencible.

En 1605 publicó la primera parte de las “Aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote Mancha”. El éxito fue notable, y la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta hizo en  unos  meses tres ediciones más. Pronto abundaron las ediciones (16 en un año), y las traducciones al inglés y al francés.

En los 10 años que separan la publicación de la 1ª y la 2ª parte, Cervantes publicó sus obras de teatro, las Novelas ejemplares, los entremeses, el Viaje del Parnaso y los Trabajos de Persiles y Segismunda, que completó “puesto ya el pie en el estribo”. Además, en este tiempo, apareció un Quijote apócrifo, una segunda parte de su historia firmada por un tal Fernández de Avellaneda, lo que le obligó a apresurar la culminación de su “verdadero” Don Quijote, que apareció en 1616. Un año después moría en Valladolid el genial autor.

Es de todos sabido que “El Quijote” nos cuenta el transcurso del último verano de la vida  de un hidalgo manchego, don Alonso Quijano, loco-cuerdo por culpa de las novelas de caballerías  de las que tiene lleno el cerebro, y que con una edad ya más que madura decide salir como caballero  andante a buscar aventuras por esos mundos de Dios. En la 1ª parte recorre la Mancha , llegando hasta la Sierra Morena, límite de Andalucía. En la segunda pasa por Aragón y llega hasta Barcelona, volviendo vencido a su patria chica, un pueblo manchego del que no se nos dice el nombre (del que el autor “no quiere acordarse”), y que algunos identifican con Argamasilla de Alba, cerca del Toboso.

Se han comparado mucho las dos partes, llegándose a afirmar que la segunda es mejor que la primera. El diálogo es quizá más jugoso, y las historias secundarias están mejor entretejidas con la principal. Pero es difícil hacer este tipo de comparaciones. Lo cierto es que la estructura de ambas es parecida.

En ambas partes hay unos capítulos que podríamos llamar introductorios. En la 1ª se le llama a veces “la novelita”, y llega hasta el capítulo 7. Se nos presenta al personaje, y se nos narra su primera salida, su primera vuelta a casa y la moraleja: la quema de gran parte de su biblioteca por sus amigos el cura y el barbero y la entusiasta participación de la sobrina y el ama. Algunos piensan que quizá el Quijote fue concebido como una novela corta sobre la base del anónimo “entremés de los romances”, y que la gran decisión de Cervantes fue la de continuar el tema que le crece entre las manos, en especial desde que aparece Sancho Panza.

La segunda parte se inicia enlazando con la primera de un modo muy ingenioso. A pesar de que sólo ha pasado un mes, se supone que ha salido el libro de las primeras andanzas de don   Quijote, y muchos lo han leído. En estos primeros capítulos aparece un nuevo personaje, Sansón Carrasco, el estudiante socarrón que arbitra un disparatado modo de hacer volver a casa al caballero. Aquí estará el detonante de las nuevas aventuras

A la introducción sigue un buen número de capítulos que podríamos llamar de aventuras en el camino. En el caso de la primera parte estarían los molinos de viento, los rebaños, la venta, los galeotes… en la segunda la de las aldeanas en sus burros, la del caballero del verde gabán, la cueva de Montesinos, etc.

A este período de aventuras va a seguir una etapa que podríamos llamar novelesca o cortesana. La acción en la primera parte se detiene en la Venta de Palomeque el Zurdo. En la segunda, en el Palacio de los Duques. Aquí entrarán numerosos personajes: Dorotea, Cardenio, doña Clara, Altisidora  y muchos más, que ponen en primer término sus aventuras e historias, mezclándolas con la de don Quijote.

Hay en la segunda parte una etapa que podríamos  calificar de impar o Avellanesca: en efecto, a partir del capítulo 57 Cervantes parece enterarse de la existencia del Quijote apócrifo, y emplea todo su ingenio indignado para protestar por el plagio de sus personajes, dejando que sean ellos mismos los que defiendan su identidad. Esta defensa culminará en el Prólogo de la 2ª parte, en el cual, con elegancia, se defiende de su plagiario. “No he podido dejar de sentir que me note de viejo y manco”…dice. Y  añade “…y si lo dice por quien parece que lo dice, se equivoca de todo en todo, pues del tal adoro las obras y la ocupación continua y virtuosa”. La alusión a Lope de Vega es transparente.

 

Ambas partes terminan con una vuelta a casa: la primera “encantado” en una jaula sobre una carreta tirada por pacientes bueyes. La segunda es la vuelta definitiva, pues la muerte espera al caballero. Cervantes no quiere que nadie le pueda robar de nuevo al personaje. La muerte va precedida de la cordura y la repulsa a las locuras pasadas. Es lógico, Cervantes no podía dejar morir loco a su caballero: sería demasiado cruel.

Por lo que respecta a las historias interpoladas, debemos decir que abarcan casi todo el espectro de las novelas de la época. En efecto: tenemos una novela pastoril, la de Crisóstomo y Marcela; Una cortesana, la de El curioso impertinente; una morisca, la de El capitán cautivo; varias sentimentales, como las de Dorotea y Cardenio, la de doña Clara y el mozo de mulas, etc. Encontramos rastros de novela picaresca en el episodio de los galeotes, en especial con Ginés de Pasamonte, y abundantes facecias y cuentos populares, como el del rebuzno y los de la Ínsula Barataria durante el gobierno de Sancho. Y muchos más.

También recoge el Quijote extraordinarios ejemplos de discursos oratorios, casi todos puestos en boca de don Quijote. Destacaremos el de la Edad de Oro que el caballero “endilgó” a unos atónitos cabreros; el de las armas y las letras y el de la caballería andante pronunciado ente la mesa de los Duques.

El Quijote presenta una inmensa galería de personajes, más de 500. Entre ellos hay unas 50 mujeres, entre las que destacan la pobre y fea Maritornes, criada de la venta, la lista Dorotea, la dueña tonta, la coqueta Altisidora. Pero sobre todas está Dulcinea del Toboso, la Princesa de la Mancha, que siempre está presente y jamás aparece. Es una creación de la febril mente del caballero, basada en el recuerdo de una moza del Toboso, Aldonza Lorenzo, que le gustó tiempo ha. Sobre ese recuerdo Don Quijote ha volcado su imaginación ahormada en las damas idealizadas de los libros de caballerías. La ingenua fe de Sancho en la existencia de Dulcinea, así como su pillería para convertirla en una labradora montada en un burro, o ahechando trigo en su corral, crean situaciones hilarantes. Pero quizá lo más divertido sea el tema que recorre la segunda parte del “encantamiento” de Dulcinea, que Sancho deberá remediar con sus azotes.

En cuanto a los demás personajes, pertenecen a diversas clases sociales: aristócratas, como los Duques; hidalgos, como el Caballero del Verde Gabán; eclesiásticos, labradores ricos, y, sobre todo, pueblo: aldeanos, cabreros, soldados, muleros, criadas, etc. Todo el mundo abigarrado de la España de fines del XVI aparece en sus páginas.

Pero son Don Quijote y Sancho quienes representan dos maneras universales de ser y de vivir. Don Quijote representa al hombre de firmes convicciones, austero, honesto, honorable y culto. La realidad diaria y mostrenca tiene poca importancia para él, que tiene el mundo en su mente y sabe lo que conviene. Idealismo y heroísmo son su alimento cotidiano, así como una fe honda. Hay en él un fondo de bondad que le hace generoso, y también una obcecación que lo hace airado. Su fe, su patriotismo, su hondo sentido de la justicia podrían determinar los rasgos de un hombre cabal, pero se distorsionan por su obcecada y ciega creencia en la realidad de los mundos caballerescos de los que se ha nutrido su fantasía y que le han abocado a la locura.

Sancho Panza, en cambio, nada tiene de loco. Es un labrador analfabeto, padre de familia, cazurro y realista, listo y lleno de una sabiduría popular que se expresa en refranes y reflexiones llenas de sentido común y también de vulgaridad.

A ambos les une un sincero afecto mutuo, lleno de respeto e incluso de admiración, aunque cada uno en su sitio. Su relación es eminentemente dialógica, y precisamente es la expresión de este diálogo lo que hace inolvidable e irrepetible la lectura del Quijote.

Si la lengua castellana se llama “la lengua de Cervantes”, es porque sin duda el Quijote es una obra de arte del lenguaje. Cervantes domina la frase larga, bien construida, natural, siempre transparente y con frecuencia cargada de ironía bienhumorada. El humor del Quijote es siempre benevolente. Cada ser humano es aceptado en su ser más hondo, comprendido también en su debilidad o ridiculez.

Quizá tan sólo los Duques son retratados con frialdad y falta de intimidad, ya que representan a los poderosos que se aprovechan de su posición para burlarse de alguien que en verdad no merece burla, sino admiración compasiva.

Dice Ángel Rosenblat en su estudio acerca de la lengua del Quijote, que la figura retórica más abundante en el libro es la antítesis. Y que esta continua contraposición de ideas y conceptos es la base del “perspectivismo” del Quijote. Cervantes nos viene a decir que la verdad es la verdad, pero que cada cual la ve desde su punto de vista. Lo que para uno es motivo de risa, a otro causa pena.

Sancho cree que Don Quijote debe pagarle un sueldo al mes. (“Quiero saber lo que gano”).Don Quijote cree que Sancho debe ir a resultas de las ganancias que el destino les depare, como han hecho todos los escuderos de los caballeros andantes, que han llegado a reyes. Se crea entre ellos una sabrosa discusión. Ambos tienen su razón.

¿Cómo interpretar el sentido del Quijote? Sin duda es una andanada contra los libros de caballerías. Pero es mucho más. A lo largo del tiempo ha sido interpretado de diversas maneras. En el siglo XVII se vio una obra de risa. Los grabados de la época reflejan siempre los disparates de don Quijote y sus fracasos. La época romántica lo vio como el héroe que triunfa en el fracaso. En el siglo XIX se le identificó con el ser de España, la nación empeñada en heroicos proyectos que no son sino fracasos. Lord  Byron dijo que “El Quijote es un gran libro que mató a un gran pueblo”.

¿Qué quiso decir realmente Cervantes? Unamuno sostuvo que Cervantes no supo lo que decía. Su creación es superior a él mismo. Paradojas unamunianas aparte, ¿qué quiere decir?¿Quizá que el que se empeña en seguir sus ideales es sólo un loco abocado al fracaso? Entonces, ¿Por qué Don Quijote despierta nuestra admiración?¿Realmente fracasa o representa el triunfo del espíritu sobre la materia?¿Qué significa el hecho de que sea un loco-cuerdo?¿Qué significa su victoria sobre sí mismo en la playa de Barcelona?.

Pienso que la dificultad de responder de manera unívoca a estas cuestiones es la razón del  éxito de este libro. En realidad, estas no son preguntas para un personaje, sino para una persona, o, si se quiere, para un pueblo. El pueblo español lleva siglos preguntándose estas cosas, y aún no tenemos respuesta.

El Quijote ha sido la primera novela moderna porque su autor se permite toda clase de libertades en cuanto a la construcción. Especialmente interesante es todo lo referente a la verosimilitud, basada en la ilusión de que nos están narrando hechos reales que algunos historiadores recogieron y que el moderno autor reproduce. La presencia de un “autor primitivo” arábigo, Cide Hamete Benengeli, puntual historiador, y la del traductor al castellano, permite al supuesto “tercer autor” introducir comentarios distanciadores acerca de la verosimilitud de los narrado. Este espejo de ironía crea un sorprendente juego que permite a Cervantes entrar en lo que narra y presumir de precisión, atribuyendo a otro los fallos.

Especialmente interesantes son los quiebros de la narración que contradicen al Quijote apócrifo, y que convierten a Don Quijote en el primer defensor de sí mismo. Puesto que Avellaneda le llevaba en la segunda parte a Zaragoza, no va allí nuestro hidalgo, sino a Barcelona.”Yo sé quién soy”, dirá él.

De esta manera Cervantes ha creado dos caracteres inolvidables, reconocidos en todas partes como tipos humanos universales. El Quijote está lleno de un profundo sentido de la libertad y de la dignidad del ser humano, y eso todos lo advierten.

Sería imposible citar de memoria ni siquiera una pequeña parte de la bibliografía que el Quijote ha suscitado. Tan sólo quiero recordar la admiración que despertó en los ilustrados y Románticos, especialmente en Larra, y en la Generación del 98. Azorín escribió “La ruta de Don Quijote “y “Castilla”. Unamuno su “Don Quijote, Don Juan y la Celestina”. Tuvo importancia el libro de Rosales sobre “El Quijote y la libertad”, el de Casalduero, los de Morón Arroyo, el de Torrente Ballester sobre el humor en el Quijote, el de Riley sobre el perspectivismo del Quijote y la Edición Crítica de Francisco Rico. Sigue vigente el de Ángel Rosenblat sobre la lengua.

La bibliografía sobre el quijote es un mar sin orillas, y probablemente lo seguirá siendo, ya que presenta tantos atractivos y preguntas que todos quieren aportar su granito de arena.

 

 

 

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